Leer este libro fue un verdadero placer. Me sentí identificada con la autora en muchas cosas, como si fuera una amiga con la que comenzamos a conversar mientras disfrutamos de un café. Durante esa conversación, descubrimos muchas experiencias en común, reconociendo sentimientos y pensamientos de mi alma en sintonía con la suya. La forma en que Sara transmite esos sentimientos y logra una conexión tan natural con el lector es increíble.
Aunque Sara es de Medellín y yo soy de Cali, ambas ciudades tuvieron los carteles del narcotráfico más poderosos en Colombia. Compartimos la experiencia de pertenecer a esa generación que vivió de cerca la época del narcotráfico. Ambas ciudades fueron protagonistas en la historia de los carteles en nuestro país.
El título del libro «Cómo maté a mi padre» te lleva a pensar en una historia totalmente diferente, lo cual lo hace aún más intrigante. Comienzas a leer con una idea preconcebida, pero a medida que avanza la narrativa, te das cuenta de que la historia no es lo que parece ser.
El temor a las motos
Me siento identificada con la autora en muchas cosas, especialmente en el miedo que tenemos hacia las motos. Aunque su experiencia fue más intensa que la mía, en mi adolescencia viví un evento similar donde, de repente, alguien en una moto sacó un revólver y me apuntó, sin que yo entendiera el motivo. Además, una mañana, mientras conducía hacia mi oficina, presencié cómo disparaban a los dos pasajeros de un carro que estaba junto al mío mientras esperábamos en un semáforo. Por eso, cuando veo una moto, siempre estoy alerta y siento desconfianza.
Por lo tanto, creo que muchos de nosotros que vivimos en Colombia durante esa época de violencia podemos tener temor o aversión hacia las motos. No pretendo generalizar y decir que todos los motociclistas están armados y son peligrosos. Sin embargo, existe un tipo de moto que, de alguna manera, puede generar esos sentimientos en nosotros.
La pérdida de un ser querido y sus consecuencias
«Entretanto, las horas se iban amontonando en días y los días en semanas, porque el tiempo es imparable como imparable es el caudal del arroyo. Entretanto nosotros seguíamos tratando de adaptarnos a la nueva situación. Repasábamos todas las fotos en las que aparecía el papá, llorábamos en la noche debajo de las cobijas y durante el día encerrados en el baño. Íbamos al cementerio todos los domingos a llevar flores y a arrancar la maleza que nacía por los lados de la lápida, hasta que no pudimos volver.»
Aunque ella perdió a su padre cuando tenía 11 años, yo empecé a perder a mi madre por temporadas desde los 12 años. Esto debido a que ella sufre de trastorno bipolar, tenía que ser ingresada a una clínica de reposo para recibir los cuidados necesarios. Esas estadías podían ir de uno a dos meses. Y la ocurrencia podía ser de una vez por año. Aunque mi madre vive aun, tuvimos que estar y crecer sin ella por periodos durante muchos años. Afortunadamente en los últimos 20 años, los tratamientos médicos la mantienen estable y ya no debe ingresar a ninguna clínica. Recuerdo que su ausencia no solo se presentaba cuando estaba en la clínica sino también cuando tenía sus episodios de depresión y solo quería dormir. Por lo tanto, durante el año podíamos disfrutar de una madre normal por unos meses.
Todo esto conllevo a que tuviera que hacerme cargo de la casa y ayudar al cuidado de mis hermanos. Cuidar de ellos y de mí, era una tarea dispendiosa, pero yo sentía la necesidad de hacerlo. Y al igual que Sara, no quise tener hijos, creo que cuando debes asumir responsabilidades desde muy temprana edad influye mucho en cómo quieres vivir y que responsabilidades quieres realmente asumir. Y como resultado, en muchos casos, durante la edad adulta, buscas vivir una vida más ligera y sin tantas responsabilidades. La parte del libro en la que ella habla de sus sobrinos, y dice algo como los amo, pero me encanta saber que son con carácter devolutivo. También, pude reconocerme en esa frase. El amor que siento por mis sobrinos es gigante, pero me encanta saber que no tengo esa responsabilidad de criarlos, la cual respeto mucho. Puede ser que esté en la mejor parte donde buscas aportar con tu ejemplo, darles gusto, consentirlos, pero eso es lo mejor, ser la tía chévere. La parte difícil y la responsabilidad es para los padres, que obviamente la disfrutan, pero su perspectiva es diferente a cuando uno es la tía. Y por esa razón y muchas otras decidí ser solo tía.
«El único plan minuciosamente elaborado en toda mi vida ha sido evitar embarazarme. Nunca he bajado la guardia. Hago bien mis cuentas. Sé, desde hace mucho tiempo, que ni la muerte ni los hijos tienen reversa. Antes esgrimía mil razones para huir de los niños, como si tuviera que justificar por qué, a pesar de ser mujer, nunca los he cargado ni en el deseo ni en el pensamiento. Cuando no puedo evitarlo, tomo en brazos solo los ajenos y eso por la enorme satisfacción que me genera saber que puedo devolverlos. No sé si la gente se cansó de preguntar mis razones o soy yo la que no me explico. Tal vez es la gente, que se niega a entenderme. Da igual, hace tiempo dejó de importarme lo que piensen los demás. Sumar años, después de todo, tiene cosas buenas.»
La mamá de Sara
Ahora, el personaje de su madre, la imagen fuerte e inquebrantable de la familia. Ese es mi padre para nosotros, es como un roble. Muchas veces debo hacerme consciente de que los años pasan y que llegará un momento en que ya no será así, aunque reconozco que aún no estoy preparada para esa etapa no muy lejana. Sara siente una gran admiración por el temple de su madre y sus sabios consejos, lo mismo que siento yo por mi padre. La verdad, es que dan muchas ganas de conocer más a fondo al personaje de la mama, escucharla hablar de la vida, de como hizo para afrontar las perdidas, de cómo logro salir adelante. Un personaje al que podría dedicársele todo un libro en mi opinión. La mama de Sara me causa admiración e intriga, pues tuvo que afrontar situaciones bien difíciles, pero a pesar de eso me parece que le puso la mejor actitud y consiguió sacar adelante a sus hijos. Además, vivir una vida de acuerdo con sus convicciones, esto lo percibo de la forma como Sara narra sus historias y relación con su madre.
«Si se enfermaban lo hacían a la vez, y entonces mi mamá llevaba al más grave donde el pediatra y luego le administraba a los otros dos los mismos remedios. A mi mamá se le puede acusar de todo, excepto de no ser una mujer práctica. La gente se aterraba y le decía: «Pobrecita, que mi Dios le ayude» y ella respondía: «Dios no va a venir a lavar los pañales, así que venga usted y écheme una mano».»
La naturalidad y vulnerabilidad de Sara
La autora muestra de forma natural sus sentimientos y pensamientos más profundos, de los momentos que la marcaron para siempre, siendo una niña tuvo que afrontar situaciones dolorosas y difíciles. Y como ha logrado ir sanando esas heridas, como transitar esos procesos, el libro de cierta forma es una catarsis para expresar todo aquello que callo y guardo en su corazón. Crea un ambiente donde los personajes muestran fortalezas y debilidades, lo que nos permite identificarnos con muchos aspectos de ellos y establecer una conexión emocional.
«La gente pensaba que lo estábamos superando muy bien, pero la ausencia es un hueco sin final. Se olvida a ratos, pero no se supera. La gente piensa muchas cosas que no son. Sobre todo, cuando no viven bajo tu mismo techo ni habitan tu propia piel ni son perseguidos por las mismas sombras que a ti te persiguen. Uno aprende a engañarlos a punta de sonrisas y el «no me pasa nada» llega a decirse con tal naturalidad que nadie cuestiona lo contrario.»
«Cómo maté a mi padre» se caracteriza por su enfoque introspectivo y la exploración de las complejidades de las relaciones familiares y personales. Nos muestra la importancia de mirarnos, darnos cuenta para poder soltar, sanar y dejar ir esas cosas que cargamos por años y pesan demasiado. Las heridas dejan cicatrices, pero con el proceso correcto y con el tiempo se convierten solo en recuerdos de experiencias vividas. Nunca se borran, pero se transmutan en fortaleza y aprendizajes. Este es el mensaje más importante para mí que siento que el libro me dejo.
«Para ese entonces, los problemas de mi hermano con las drogas eran evidentes, pero nadie los veía, todos teníamos los ojos cerrados, porque ese es el tipo de cosas que les pasan a otras familias, no a la de uno. Eso pasa en otros barrios, a otra gente, no a uno. Confieso que, a veces, era difícil, mis hermanos por su condición de trillizos eran muy recordados, así que cada vez que me encontraba a alguien en la calle, a menudo, preguntaba por ellos y yo siempre respondía que estaban muy bien y cambiaba de tema. Hay que ver lo hábil que era para desviar rápidamente la atención del otro.»
Si deseas conocer más sobre la autora, puedes visitar su cuenta de Instagram @sarimillo, donde encontrarás una amplia selección de sus escritos. Además, también cuenta con una columna en el periódico El Colombiano, donde realiza reflexiones frecuentes y muy interesantes. Explorar estas fuentes te permitirá adentrarte aún más en su trabajo y descubrir nuevos puntos de vista.