Qué hacer con estos pedazos en la voz de Emilia, una mujer en sus sesentas, nos invita a reflexionar sobre las relaciones humanas y la vejez. Con un lenguaje sencillo pero profundo, Piedad nos acerca a los pensamientos íntimos de esta escritora obsesionada con los libros.
A los veinte años, los libros son una ilusión. A los cuarenta, un placer. Pero al llegar a los sesenta, te das cuenta de que no te alcanzará el tiempo para leerlos todos. Esta reflexión me lleva a valorar los libros que he logrado leer en mis propios cuarenta años.
La narración también expone con crudeza cómo el deterioro de los lazos familiares y matrimoniales se acentúa con la edad. La resignación y la culpa parecen ir de la mano con el paso del tiempo. Todo se desgasta.
A través de las relaciones de Emilia, podemos vislumbrar verdades universales sobre las relaciones humanas y el envejecimiento. Su mirada honesta nos invita a reflexionar sobre nuestro propio caminar. En pocas palabras, Qué hacer con estos pedazos captura la esencia de la condición humana.
Angélica, la hermana de Emilia
Emilia tiene una hermana, Angélica, cuyo jardín ordenado y simétrico refleja su personalidad meticulosa. Angélica se comunica a través de preguntas. Viuda desde hace 5 años, se ha dedicado al cuidado de sus padres, mientras Emilia, absorbida por el trabajo y los viajes, rara vez tiene tiempo para la familia.
Para Emilia, su hermana es un poco agobiante, dramatizando toda situación. Esta actitud le provoca malestar, por lo que Emilia constantemente evita con sutileza el dramatismo de Angélica, sin herir sus sentimientos. Aun así, Emilia admira la bondad de su hermana al dejarlo todo para atender a sus padres.
Me pregunto por qué Emilia, con su capacidad para escribir, no encuentra la manera de comunicar sus sentimientos a Angélica con tacto. En lugar de huir sutilmente de ella, creo que con delicadeza podría expresarle cómo se siente. Pero Emilia opta por evadir esos encuentros incómodos.
El padre de Emilia
El padre de Emilia, de 86 años y deteriorado por la edad, mantiene con ella una relación superficial, hablando sólo de trivialidades y nunca de temas privados.
Emilia recuerda cuando, siendo una bebé su hija Pilar, tuvo una acalorada discusión con su padre durante una visita. Él la abofeteó, justificándose: «Porque aquí mando yo». Esto le trajo a la mente otras situaciones de su niñez, cuando él la maltrataba por no vestirse como quería o maquillarse. La golpeaba para que obedeciera, hasta que un día lo enfrentó y cesaron los golpes. Excepto por este episodio siendo adulta.
La relación entre ellos dos es diplomática. No percibo una verdadera conexión padre-hija, sino que Emilia lo visita por obligación más que por deseo. Con tantas culpas encima, no quiere sumar una más.
Pilar, la hija de Emilia
Pilar, la hija de Emilia que vive en Chicago, mantiene una relación distante con su madre, con poco contacto entre ellas. Durante una visita, Emilia intenta entablar un vínculo afectivo con su nieta, pero le resulta difícil.
Mientras tanto, Pilar ha hecho de los pequeños agravios hacia su madre un hábito placentero desde hace años. Emilia se cuestiona su alejamiento con su hija. Es impresionante cómo se culpa por todo, pensando: «Tal vez Pilar heredó de mí su parte más dura». Hasta en la «herencia» busca autocastigarse.
Emilia y su madre
En una conversación con su madre, Emilia intenta indagar sobre su juventud y niñez. Pero la señora, con una salud deteriorada, tiene dificultades para recordar.
Percibo que Emilia busca respuestas o señales que la reconforten, sin éxito. El deterioro cognitivo de su madre le impide conectar con ella y hallar lo que necesita. Parece que existe un anhelo de Emilia por recuperar los lazos con su madre, añorando compartir recuerdos y emociones.
El marido de Emilia
La jubilación de su marido trastoca la rutina de Emilia, quien debe ahora acostumbrarse a su constante presencia en casa. Extraña desayunar sola y disfrutar de su espacio. Aunque reacia a los cambios, termina aceptando de mala gana la remodelación de la cocina que él propone. Emilia ya no reconoce qué la enamoró de su esposo; busca desesperadamente rescatar eso que cree perdido, algún aliciente para seguir adelante.
Durante un viaje a La Habana, Emilia se pregunta si ha juzgado mal a su marido y en realidad es ella quien se volvió aburrida y monótona. Pero al tomarse un mojito, ilusionada por entablar una conversación íntima, le pregunta por el libro que lee. Él solo responde escuetamente que “el libro está bien”. Ante sus intentos por profundizar, lacalla gritándole que no lo examine.
¿Será Emilia la aburrida o es el comportamiento de su marido el que la hastía? Me conmueve cuando cuenta que su amiga Laura considera que su matrimonio está bien porque “aún discuten”. Como si conversar fuera el único vínculo que queda. ¿Cuántas parejas permanecen juntas sin sentir nada que las una, salvo la costumbre? ¿Vale la pena envejecer así?
Las relaciones con los familiares
Resulta sorprendente cómo Emilia, a pesar de las difíciles situaciones con sus familiares, siguió conservando esos vínculos, aunque sin muchas ganas. ¿No nos pasa lo mismo a muchos? ¿Vale la pena rodearse de quienes se dicen familia, pero con los que no disfrutas compartir?
En mi caso, en los últimos dos años me he ido alejando de esos parientes tóxicos, que no son malos, pero terminan trayendo malestar. Al principio me costó, pero varios sucesos me liberaron de la culpa y del patrón de «hay que aguantar porque son familia». Ya no lo comparto. Me siento mejor y más libre.
Mantengo cerca a quienes elijo, con quienes cultivo relaciones sanas de respeto mutuo. Con los demás, los reconozco, les deseo lo mejor, sé que son parte de mí. Pero prefiero la distancia para reservar mi energía para las personas y cosas que nacen de mi corazón.
Y siguen los cuestionamientos sobre su marido
Al regresar de vacaciones, descubren que la remodelación de la cocina quedó incompleta. Emilia lamenta no haberse opuesto a la idea de su esposo, ahora se arrepiente de no hacerlo.
Durante la visita al padre de Emilia, su marido se pone a jugar solitario, lo que la enfurece:
¿Qué le cuesta entablar un poco de conversación con su padre? ¿Seré una moralista?
Finalmente, tras varios imprevistos, al entregarles la cocina les dicen que deben cambiar todas las ollas, pues las actuales no sirven para su estufa. Emilia estalla y le reclama a su marido por todo el fiasco de la remodelación. La única respuesta que obtiene es que la tilda de malagradecida.
La cereza del pastel
Quedé atónita cuando el marido le confiesa a Emilia haber tomado una mala decisión financiera, invirtiendo a sus espaldas el dinero que ella trabajó años por ganar.
La novela expone la importancia de poner límites desde el inicio y no permitir que el cónyuge actúe a sus anchas, creyéndose con derecho sobre lo ajeno. Como Emilia, esto termina en abusos inaceptables. ¡Dios mío, en su lugar me separaría sin dudar!
Para mí, es imperdonable arriesgar los ahorros del otro sin consultar, creyendo tener la potestad de hacerlo. Jamás toleraría algo así. Me pregunto hasta dónde las mujeres permitimos que nuestras parejas decidan sobre nuestras vidas.
El final del libro me sorprendió, aunque abierto a interpretación. Esperaba que Emilia tomara decisiones más radicales para dejar de sentirse y vivir como hasta ahora. Creo que le faltaron ganas de vivir la vida que anhelaba, de dejar la culpa atrás, pues siempre se culpabiliza por lo que otros hacen. Sin expresar nuestros sentimientos y con falta de límites, pueden ocurrir cosas como a Emilia. Pero aquí veo falta de responsabilidad afectiva en todos.
No hay fronteras, solo resignación a seguir esa vida, a pesar de ser una mujer con herramientas mentales y económicas para cambiar su rumbo. Me quedo con la frustración de por qué soportamos tanto, pero no reaccionamos para buscar un cambio.
¿Será un mandato oculto en nosotras, de que la vida de la mujer debe ser así y no tiene solución?